Jaime Duarte Mtz.,
@JaimeDuarte
Consultor en Imagen Y Reputación e investigador socio-político
Hoy terminan las campañas presidenciales y, con
ello, una acendrada "guerra electoral" por el poder político
en México. Hablamos, pues, de un período de tres meses de durísima contienda
perceptual entre Enrique Peña, Josefina Vázquez, Andrés Manuel López y
Gabriel Quadri. ¿Quién se convertirá en el
14º Presidente de los Estados Unidos Mexicanos (desde el origen de los sexenios
en 1934)? ¿Quién será el nuevo mandatario que dirigirá los destinos de nuestra
Nación?
En la lucha por conquistar la confianza y el voto de
más de 79 millones de electores (de acuerdo con el padrón del IFE), la
percepción ha jugado un papel fundamental. El ciudadano emitirá su voto el
próximo domingo guiado por el posicionamiento ("primera
regla de oro" de Ricardo Ohms). Es decir: ¿Con qué se queda cada mexicano
de lo que oyó, vio o escuchó en los mítines a través de la propaganda y de los
medios de información? ¿Qué es lo primero que vendrá a su mente al momento de
tener la boleta en sus manos y marcarla por el partido-candidato de su
elección?
Los "cuartos de guerra" saben muy
bien que el éxito de su estrategia electoral desplegada durante 90 días dependerá,
en gran medida, del posicionamiento que lograron comunicar sus candidatos en
todos los Frentes Estratégicos de Batalla Perceptual (aréreo, terrestre, personal, audiovisual y
digital). La imagen del candidato jugará hoy, como siempre, un papel clave, si
no, determinante.
Veremos si los "compromisos" de Peña
Nieto, la idea del "cambio verdadero" de López Obrador, el
eslogan "diferente" de Vázquez Mota y el lema del
"candidato ciudadano" de Quadri como sus respectivas
propuestas terminan por persuadir a sus electores potenciales. Sabremos,
también, si la crítica, los ataques y la "guerra sucia" en su contra
funcionó, o bien, si sus spots y propaganda terminarán por convencer a los
"indecisos". Confirmaremos, igualmente, si en el “top
on mind” y en la psicología de la mayoría de los mexicanos las pasadas administraciones
priístas (70 años) y panistas (12 años) se olvidaron o prevalecieron.
Al respecto, Ibinariaga y Trad afirman: "La
historia de todas las elecciones es también la historia de una lucha entre dos
clases de electores: los que quieren que las cosas cambien y los que quieren
que las cosas sigan igual".

El candidato de la Coalición Compromiso con México
(PRI-PVEM) enfrenta aún el reto de evadir la imagen de un
pasado antidemocrático, de un gobierno autoritario y de crisis económicas
recurrentes donde el presidencialismo corporativista, clientelar y protector de
cacicazgos dominó todo el siglo XX. Lo anterior, acompañado de recientes casos de
corrupción y vínculos de ex gobernadores priístas con el narcotráfico. Por
ello, Peña Nieto intentó con sus estrategas del "war room" promover
una imagen personal y oferta política distinta a los
"dinosaurios" y a la "presidencia imperial" (como acuñó
Enrique Krauze) que diera la percepción de un "cambio" en el estilo
de gobernar y de un líder de Estado capaz de "romper con el pasado",
cumplir sus compromisos de gobierno y recuperar el "rumbo perdido"
del país. ¿Conseguirá de verdad erigirse perceptualmente como el hombre que
transformará México, que romperá con el viejo régimen e insertará al país en la
modernidad? Seis años de carrera por llegar a Los Pinos (desde el gobierno del
estado de México) le han otorgado una ventaja demoscópica suficiente para, tal
vez, triunfar el 1º de julio pese a la “piedrita en el zapato” del movimiento
estudiantil (obradorista en su mayoría) #YoSoy132.

La candidata del Partido Acción Nacional, por su
parte, representa -lo quiera ella o no- la continuidad de la administración
actual. Pese a las notables fortalezas en materia económica y a los históricos
avances en Salud y obra pública del Presidente Calderón, las más de 70 mil
muertes que la oposición le adjudicó en campaña, producto de su combate al
crimen organizado, sumadas a las increíbles pifias de su gabinete de Seguridad
(por los pretendidos "peces gordos" que no capturó) han pesado
perceptualmente demasiado y son importantes lastres en la imagen de Josefina
Vázquez Mota. Asimismo, la torpe conducción inicial de su campaña
-responsabilidad completa de sus estrategas y del CEN- más la división interna,
las renuncias públicas por las candidaturas y sus propias
fallas magnificadas todas estas por los medios, repercutieron de manera
negativa en la opinión pública, que
la percibió como una candidata débil e incapaz de gobernar la Nación. (Sumemos
a esto la marcada incompetencia del panismo para comunicar los logros de sus
gobiernos). No obstante la atinada rectificación del “cuarto de guerra”
(evidente, por ejemplo, en el Segundo Debate) esta llegó tarde. Su posición hoy
en las encuestas frente a López Obrador (arriba o abajo de él) hacen pensar a
muchos (aún a su “voto duro”) en el llamado “voto útil” a favor de Peña.
¿Logrará entonces Vázquez Mota el "milagro" de ganar la elección como
el (“traidor”) ex Presidente Vicente Fox afirmó?

Andrés Manuel López Obrador, líder
de la Coalición Movimiento Progresista (PRD-PT-MC) aparece hoy en el
segundo lugar de las preferencias electorales. Gracias a la asesoría de su
“gabinete alternativo”, a su intacta estructura de movilización, a los recursos
y consejos del empresario Alfonso Romo, etc., el candidato de las izquierdas ha
logrado mitigar considerablemente su imagen de político rebelde, a seis años de
"mandar al demonio a las instituciones". Ahora, gracias a su "República
Amorosa" (que no sabemos aún qué es), a un discurso moderado, a la suma a
su equipo de importantes empresarios (del Grupo Monterrey), etc. ha intentado
modificar su imagen de “peligro para México”. Sin embargo, su presunción de
“honestidad valiente”, como principal atributo personal, ha sido cuestionada
(tras el escándalo por el “pase de charola”). Su participación gris en los tres
debates –más allá de sus carencias discursivas— despierta múltiples dudas como
estadista. Asimismo, la veracidad de su “amor” se pone en duda por los desmanes
provocados por sus grupos afines y violentos como el SME, la CNTE, el STUNAM,
etc. (solapados por Marcelo Ebrard). Ello, sin contar su soberbia para no
aceptar sus propios errores, la autoría de sus encuestas, la opacidad en las
fiananzas de su fundación y su aviso anticipado de fraude. Me pregunto: ¿Está
listo AMLO para gobernar? ¿Es el rijoso de siempre o el nuevo
"amoroso"? ¿Los mexicanos ya lo perdonamos por el conflicto post
electoral de 2006? ¿Los mercados financieros se mantendrán incólumes ante su
arribo porque dejó de ser un "chivo en cristalería"? ¿Respetará los
resultados en las urnas si pierde? Son tantas las interrogantes que a mí
definitivamente no me convence.

Finalmente, sobre el candidato del Partido Nueva Alianza, Gabriel Quadri,
diré que la estrategia inicial de sus asesores funcionó, a reserva de confirmarlo
en las urnas. No obstante que definitivamente no será Presidente –al ocupar el
último sitio en las encuestas— su objetivo de acercar a nuevos electores y
posibilitar la conservación del registro de su partido se estima posible.
Veremos entonces si su estrategia de diferenciación o de contraste le funcionó
al presentarse como un aspirante académico o “ciudadano” y no como un
“político”; al cuestionar directamente a Josefina y Andrés Manuel (excepto a
Peña Nieto) y al proponer avanzar en las “reformas estructurales”. Lamentablemente
para su causa, la incómoda sombra de la profesora Elba Esther Gordillo que lo
acompañó a lo largo de su campaña le restó credibilidad. ¿Quién puede suponer
lo contrario cuando, tras negarlo en el Segundo Debate, se informó al día
siguiente que el hijo de Quadri es hoy el candidato suplente a Diputado Federal
del nieto de la líder sindical del SNTE? Ya se rumora que Gordillo pidió votar
por Enrique Peña como presidente, debido a un “pacto en lo oscurito con el PRI”
(pese a su “rompimiento” visible en enero de 2012).
En pocas palabras, cada candidato presidencial
podría representar actualmente la regresión, la transición o la involución.
¿Quién les parece que se ajusta mejor a cada etapa? Un dato más: Un Congreso dividido y mezquino podría, nuevamente,
retardar los avances largamente esperados.
Si bien la realidad social es compleja y los
comportamientos humanos difíciles de prever, al menos 6 empresas
demoscópicas nos muestran que la opinión pública ya casi decidió quién
desea que ocupe la silla presidencial el 1 de diciembre de 2012. Y si las
tendencias o preferencias se mantienen, se perfila un ganador, a menos que la
“mayoría silenciosa” se “robe” sorpresiva y democráticamente la elección. Hoy
lo veo muy difícil, a diferencia de hace seis años que sí ocurrió.
En este escenario, no podemos soslayar el fantasma
de “Colosio”, las amenazas del crimen organizado a varios candidatos locales, el
amague de Anonymous con “hackear” la página del IFE si detecta fraude, la
compra del voto y la violencia electoral; hay un ambiente muy crispado. Es la “real
politik” mexicana. Si bien es plausible la intención de la convocatoria,
no es suficiente firmar un “pacto de
civilidad” para garantizar la paz y tranquilidad de la jornada electoral.
Los pendientes de nuestra Nación son muchos aún. Los
desafíos que se vislumbran en el horizonte próximo son grandes y amenazadores
también (crisis severa del euro, posible colapso del dollar, nuevo conflicto
regional en Medio Oriente). Con franqueza lo digo: No veo en ninguno de los
actuales candidatos presidenciables al hombre o a la mujer que tenga el liderazgo
suficiente para enfrentar los extraordinarios retos, ni encuentro la estatura
moral deseable para lograr la unidad nacional, ni tampoco detecto la capacidad
personal para consolidar la transición política,
económica y social de Mexico en esta primera mitad del siglo XXI.
Aún así debemos votar; la abstención no es opción.
Lástima que en nuestra incipiente democracia tengamos que elegir al “candidato
menos malo". Gane quien gane la “guerra
perceptual” al triunfador le quedará grande la banda y la silla presidencial.
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