Fuente: Reflexión Semanal, Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPOS), 31 enero 2011. www.cepos.org.mx
Por Federico Müggenburg
El lunes 24 de enero de 2011 murió el obispo Samuel Ruiz García, la figura más emblemática de la disidencia eclesiástica en México, después del obispo Sergio Méndez Arceo. La determinación con la que ordenó, que una vez fallecido, de inmediato se le trasladara a la catedral de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, para ser expuesto al reconocimiento de los pobladores, marca la intención definitiva de ser recordado por sus cuarenta años al frente de esa diócesis, e identificado como el propulsor de un “proyecto” de “iglesia ideologizada” que nunca correspondió a la naturaleza y realidad que quiso su fundador, Cristo Jesús, y desde San Pedro su vicario, y los Papas que le han sucedido sin interrupción, preservándola en la fidelidad e identidad histórica hasta el final de los tiempos.
Las expresiones más características del proyecto samueliano, de sus inspiradores, operadores y protectores abiertos y encubiertos, se configuran en tres postulados: “teología india”, “iglesia autóctona” y “sacerdocio uxorado”. Es necesario reconocer y señalar los antecedentes que le sirvieron de base: el proyecto de la “iglesia diaconal” de Iván D. Illich Regenstreif, publicado en 1967, luego el proyecto de la “iglesia sin parroquias” de Andrés Aubry, publicado en 1973, hasta llegar al propósito actual de la “iglesia autóctona”, remotamente iniciado en 1975, presentado con gran formalidad en 1993. El fruto (amargo) más notable de ese proyecto ha sido la demoledora caída de los bautizados de la diócesis con una evidencia brutal, al haber pasado de un histórico promedio de 3% desde enero de 1960, cuando llegó Samuel Ruiz, hasta el año 1986, cuando empezó la debacle, hasta alcanzar al 33% de no bautizados en enero del año 2000.
La pregunta ante un drama tan evidente es: ¿Cómo fue posible que un “pastor” perdiera la tercera parte de sus ovejas en un período tan corto? Y la respuesta es muy clara. Cuando se confía en las “propias fuerzas”, el posible éxito o fracaso de la misión evangelizadora y no en la acción del Espíritu Santo, se multiplica y agranda el error. Haber recurrido a explicaciones sociológicas, antropológicas, estructuralistas y antisistémicas ideologizadas, llevaron a un fracaso tras otro, hasta el extremo de buscar la justificación con un “modelo nuevo”, que supuestamente se funda en el Concilio Vaticano II, aunque realmente lo es en la vertiente de la “hermenéutica de la ruptura”, como oportunamente explicó Benedicto XVI en las vísperas de Navidad del año 2005. Aquí no se trata de una argumentación a título personal. Esto fue perfectamente identificado por la Santa Sede, a través de la Congregación de los Obispos, cuando en 1993 le pidió por carta surenuncia anticipada a Samuel Ruiz, pero el se negó, amenazando con la posibilidad de un cisma eclesiástico de más de treinta obispos en América Latina. Párrafo significativo de la carta firmada por el Cardenal Bernardin Gantin dice: “Por consiguiente se subraya la absoluta imposibilidad de parte de la Santa Sede, de consentir que en San Cristóbal de las Casas continúe una situación doctrinal y pastoral que se considera en abierto contraste con lo que exige la unidad de la Iglesia”. La realidad de la decadencia de la diócesis, se demuestra con el hecho de que en sólo 12 años, de 1993 a 2005, se hayan celebrado cinco Reuniones Interdicasteriales en Roma, para atender los problemas, sentando con ello un hito histórico en esta modalidad. Además le han enviado diversas cartas al Obispo sucesor de Samuel Ruiz, de las que tres se han hecho públicas, ofreciéndole las orientaciones, apoyos y ayudas necesarias para resolver la tragedia diocesana, sin que parezca hayan surtido efectos positivos hasta la fecha.
Son quizá dos documentos los que más claramente muestran la posición heterodoxa del proyecto samueliano, la pastoral titulada “En esta hora de Gracia”, del 6 de agosto de 1993, causante de la Primera Interdicasterial y el Manifiesto titulado “El Grito de Riobamba”, fechado el 30 de agosto de 1998. Entre las instituciones generadas por la evidente heterodoxia están la “implantación” de dos modelos de “iglesia autóctona”: uno en Ocosingo, ejecutado por los dominicos y el otro en Bachajón, operado por los jesuitas, que compiten en eficacia demoledora.
Otro signo muy claro de la agresiva disidencia ocurrió en enero de 1999, cuando después de conocer la respuesta de Juan Pablo II a los reporteros que lo acompañaban en el vuelo a México, para entregar a los pies de la Virgen de Guadalupe la Exhortación Apostólica “Ecclesia in América”, fruto del Sínodo Extraordinario para América, el Papa afirmó: “Hoy se piensa mucho en sustituir la teología de la liberación por la teología indígena, que sería otra versión del marxismo”. Samuel Ruiz y sus corifeos citaron a una conferencia de prensa para “aclarar” que “por razones de estática en el vuelo no se entendió bien, en realidad lo dicho fue: Sustituir la teología de la liberación por la teología indigenista sería una mala traducción del marxismo” (sic).
Durante los variados actos fúnebres han caído una avalancha de comentarios, declaraciones y escritos que colocan al difunto obispo Samuel Ruiz, en la máxima exaltación de los paganos globalifóbicos y altermundistas quienes desde hace unos años promueven que “otro mundo es posible” y han añadido por voz de los disidentes y renegados, que “otra iglesia es posible”, haciendo referencia a la “iglesia autóctona” por ellos anhelada. Efectivamente es “otra” distinta a la “Santa Iglesia, Católica, Apostólica y Romana”, cuya cabeza visible en el Primado de Pedro, hoy es Benedicto XVI.
31ENE11 RS367
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